El poder de las barras
al mando de los clubes
Los violentos se transformaron en partícipes de los negociados
a partir de la complicidad de los dirigentes y la justicia
Por Román Garrone, Gisela Rodríguez y Pamela Roldán
El deporte construye y
estructura la vida en sociedad, los hábitos y los modos. Resulta un factor
trascendental para la comunidad. El fútbol, como actividad deportiva de mayor
masificación, representa a dicha sociedad y como tal se genera de las virtudes
y vicios de la misma. En 1960 se tomó la primera de las medidas oficiales para
prevenir lo que se denominaron actos de inconducta dentro de las canchas. Se
separaron los aficionados de sus rivales, estableciendo diferentes puntos de
concentración de las parcialidades en los estadios. Pero los primeros indicios
de violencia se comenzaron a vislumbrar con mayor consideración a partir del
nacimiento de los Hooligans en Inglaterra, con la Copa Mundial de Fútbol de
1966.
Se identificó a dichas
reacciones violentas con la creciente ola de marginalidad, sobre todo la de los
otros grandes centros industriales. De este modo los desocupados o excluidos
del sistema, fueron asimilados en todo el mundo a las barras bravas de
Sudamérica. En el continente la inseguridad presentada en los espectáculos deportivos,
llegó de la mano de otros factores de causas. “En la Argentina el vínculo entre
las barras y los dirigentes se comienza a denotar antes de la década del ’90.
Raúl Gámez, ex presidente de Vélez y conductor de la barra brava, asume que la
historia contemporánea de los violentos se inicia en el Mundial de España de
1982, en plena Guerra de Malvinas –expresó el periodista Carlos del Frade-.
Allí la dictadura militar paga por primera vez a las barras para que vayan a
alentar a la selección argentina. Ese fue el punto de inflexión, lo que antes
era la barra que seguía a los equipos a todos lados y que recibía gratis
entradas o pasajes, deriva en un grupo organizado de tareas a favor de aquellos
que manejan las comisiones directivas”.
Las dirigencias se confirmaron
entonces como los principales responsables del inicio de la violencia en el
fútbol. Se entronaron como los administradores de las barras bravas, a las
cuales les cedían sus ganancias a cambio de protección y resguardo y para la
utilización de sus miembros en la realización de trabajos indeseados. “Las
barras bravas influyen tanto en la toma de decisión de los clubes porque son
utilizados como fuerza de choque por los propios dirigentes. Se intercambian
beneficios, cada uno según los intereses que persiguen”, relató Roberto Mensi,
perteneciente a un espacio político deportivo.
La historia y los
desenlaces de la misma confirman a los conductores de los clubes como los
máximos culpables de la violencia inusitada, la cual responde a temáticas de
fondo de alta complejidad social. Fueron los responsables de otorgar generosas
donaciones a los grupos de tareas que ofician como barras, aquellos que
participan de un sinnúmero de negociados de manera activa. Ni el poder Judicial
ni el Ejecutivo y mucho menos el Legislativo, se han involucrado en dicha trama
de intereses. Disposiciones que favorecen a pocos, mientras se privatiza y
dilapida el patrimonio colectivo y público, destruyendo los clubes de fútbol.
La burguesía, hija del
terrorismo de Estado y del menemismo, dio pie a las conducciones de poco bagaje
moral y ético, desprestigiando el objetivo deportivo del fútbol en su esencia.
El poder de los acaudalados empresarios los catapultó a la conducción de los
clubes en los años ’90, donde la crisis azotaba sin compasión la economía
nacional. En provecho tomaron parte las instituciones y allí comenzó a
vislumbrase, ya sin tapujos, una notoria complicidad con los violentos de
turno. Tomaron a las entidades futbolísticas para refugiar sus tramas ilegales,
desviando la mirada de la justicia. Se generó un alto grado de impunidad y se
concretó una acumulación de poder político y económico en exorbitantes
porcentajes.
En la ciudad de Rosario
existen paradigmáticos ejemplos de la estrecha relación entre políticos, dirigentes
y la barra. Y, por ende, como resultante la violencia. “En Rosario Central,
Antonio Andrés Vanrell fue una figura de gran poder. Fue vicegobernador de la
provincia de Santa Fe, detenido y juzgado luego por la comisión de delitos”,
sentenció Carlos del Frade. “Vanrell fue uno de los que reivindicó la figura de
Andrés ‘Pillín’ Bracamonte”, explicó. Años atrás el político afirmó que era
bastante prolija la conducción de la barra con Bracamonte, admitiendo que
existía un comportamiento correcto del sector conductor de la hinchada. “El
Pillín posee seis hojas de prontuario”, refutó del Frade. A Bracamonte se lo
vincula además con Juan Carlos Silvetti, un abogado agente FIFA y ex secretario
de la Federación de Geriátricos de Argentina, cargo por el cual fue procesado
junto con Víctor Alderete, el reconocido titular del PAMI en la década del
menemismo. Se los procesó por estafas a la obra social de los jubilados. La
impunidad de los barras bravas se forja todos los días con episodios
sistemáticos.
Un claro episodio en
Rosario Central se dio cuando la barra reclamó, años atrás, dinero por la
realización del recital de Ricardo Arjona en su estadio. El empresario que
había contratado al artista ya había acordado al club el pago de 100 mil pesos
por el alquiler de la cancha, pero se encontró con un nuevo pedido de dinero.
La barra le exigía 20 mil pesos más, relató el periodista Gustavo Veiga el 3 de
diciembre de 2006 en el diario Página/12. “Si no los ponés, los que vayan en
auto al recital se van a quedar sin vidrios”, expresaban las amenazas recibidas
por el organizador del espectáculo. El relato de la noticia continuó con lo que
le comentó el entonces presidente de Central, Pablo Scarabino: “Bueno, pongamos
10 mil cada uno”. Todo un ejemplo de la impunidad con que se manejaba un grupo
que hace rato dejó de formar parte del mero folklore.
Se trata hoy de una
fuerza de choque que genera el derecho de admisión, presiona en las asambleas,
en las tribunas y en las calles, manejando dineros en cantidades inimaginables
para el común de los hinchas. Pero los actos de mayor gravedad se denotan con
el atropello de la vida misma. El hincha de Central Daniel David Margarone fue
asesinado de un balazo el mismo día de la asamblea del 2007, en la cual se
definió la junta electoral para los comicios del día domingo. El crimen
respondió a una interna sin límites por el poder de la barra brava. Nunca hubo
imputados por dicha causa, que se cobró una vida. La fiscalía de Estado de
Santa Fe habrá tomado nota de los cuestionamientos sobre las estrategias
políticas que jamás serán respondidas a los supuestamente verdaderos dueños de
los clubes.
Años antes al asesinato,
el 30 de junio de 2004, Pablo Scarabino, ex presidente de Rosario Central,
presentó en los tribunales rosarinos un informe sobre distintas operaciones
comerciales realizadas por firmas vinculadas al empresario Orlando Vignatti,
Cable y Cía S.A. y Millhan Corp S.A. Las empresas no estaban registradas en
ingresos brutos en la provincia de Santa Fe, ni el capital social que puedan
justificar aquellas inversiones. Vignatti se trataba nada más ni nada menos que
el fundador de El Ciudadano, actual responsable del comité editorial del diario
La Capital, ex director del Banco Provincial de Santa Fe y actualmente
propietario del grupo Ámbito Financiero y El Tribuno de Tucumán. El informe se
completaba con la presentación de 29 documentos que ejemplificaban maniobras
similares con respecto a manejos de fondos, préstamos y las ventas de Rivarola,
Quinteros, Arriola, Lorenzetti, Álvarez, Ledesma, Arias y González. Las ventas
de los jugadores nunca fueron autorizadas por la justicia. Resultó que la
“coadministración del club” era entonces una realidad, política, económica y
deportiva.
Se especificó que las
empresas gobernaron a través de Horacio Carbonari como representante en su
cargo de secretario técnico y a partir del agente de jugadores Juan Carlos
Silvetti. Las leyes del mercado futbolístico, en corto plazo, son ajenas a la
discrecionalidad del club, e instituyen un límite a sus posibles estrategias.
La obtención de una mayor rentabilidad es indisociable de la asunción de
mayores riesgos. “Scarabino resignó la política. No confió en los tiempos de
construcción democrática”, argumentó Carlos del Frade al respecto. El fútbol,
los medios y la justicia son tres factores de poder que avanzan en contra de
los sueños de las mayorías y que, por consecuencia, favorecen a las minorías
que gozan con el folklorismo que produce enfrentamientos irracionales. El
destino del club tendrá como resultado el que imprima la permanente disputa
entre los negociados, la censura y la mentira que
imponen los grupos de tareas y el protagonismo y la exigencia de una real
democracia que necesitan los asociados.
Un informe presentado a
principios de diciembre de 2006 por la diputada provincial del radicalismo
Mónica Peralta, sentenció la opinión de un total de 352 personas acerca de la
violencia en el fútbol. De los encuestados el 33 por ciento cree que es seguro
concurrir con su familia a los partidos, mientras que un 64 por ciento contestó
que es inseguro concurrir. Un 72,16 por ciento confirmó que es muy importante
el rol de la policía en la seguridad de los espectáculos. En cuanto a los
barrabravas el 67,04 por ciento argumentó que los mismos tienen una importante
responsabilidad en la seguridad de los encuentros. Para finalizar el 57,38 por
ciento de los encuestados opinaron que el gobierno tiene la mayor de las
responsabilidades en la inseguridad de los eventos deportivos. El 50,85 por
ciento aseguró también que los dirigentes del fútbol tienen la gran
responsabilidad al respecto y la misma cantidad cree que los intereses que
rodean al fútbol tienen una relación directa con los encuentros de clubes
argentinos. En las conclusiones puede advertirse claramente cómo la policía,
los barrabravas, los dirigentes del fútbol y el gobierno son responsabilizados
por la violencia. Son sujetos que conforman una unidad, un todo que interactúa
bajo intereses en común. Al identificarlos unidos, vinculados y nunca por
caminos separados, el resultado de la encuesta muestra una de las principales
aristas del problema: los intereses minoritarios de los grupos de poder se
imponen a los deseos y necesidades de las mayorías.
Del Frade acotó: “Eso de
Hinchadas Unidas Argentinas y el viaje al Mundial de Sudáfrica, amparado por el
gobierno nacional, fue una verdadera vergüenza. Personajes absolutamente
prontuariados viajaron. Que lleven a Sudáfrica a esas personas demuestra un
alto grado de connivencia de parte del gobierno nacional con las barras, un
vínculo bastante obsceno”. En Rosario uno de los casos más emblemáticos y de
estrecha relación entre la barra y la dirigencia se vislumbró a partir del
mandato de Eduardo López como presidente del Club Atlético Newell’s Old Boys.
"La barra era un grupo que se encargaba de acallar a todo aquel que pensara distinto", sentenció Federico Ripani, acompañante de la comisión actual de Newell's Old Boys.
El 17 de octubre de
2007, el abogado Gabriel Monserrat, uno de los principales opositores a la
administración de López, denunció una agresión contra su persona. Lo amenazaron
con pintadas en su estudio jurídico. Ese mismo día se produjo una concentración
opositora a dicha conducción política de Newell’s.
"Los barras amenazaban a las familias y nos complicaba en el trabajo", argumentó Roberto Benedetto, actual protesorero de Newell's.
“Durante años se juntaban avales para realizar elecciones en el club, pero López denunciaba a la justicia que los mismos eran truchos y nunca se llevaban a cabo elecciones limpias. Sabemos que estaba en connivencia con la justicia”, expresó Silvia Bossio, actual vocal de la comisión directiva. Bossio agregó: “Cuando se hacía una asamblea no se podía entrar, sólo ingresaban las personas que la barra quería”.
"Claramente la barra era un grupo de delicuentes", expresó Sergio Ripani, miembro de Socios e Hinchas Autoconvocados.
“La barra siempre se manejó con mecanismos de violencia y de censura hacia las voces disidentes. No podía manifestarse de ninguna manera en la cancha, el único espacio que había para expresarse –sintetizó Julieta Díaz, oposición desde el 2007-. Bajo ningún punto de vista se podía hacer algún
“Durante años se juntaban avales para realizar elecciones en el club, pero López denunciaba a la justicia que los mismos eran truchos y nunca se llevaban a cabo elecciones limpias. Sabemos que estaba en connivencia con la justicia”, expresó Silvia Bossio, actual vocal de la comisión directiva. Bossio agregó: “Cuando se hacía una asamblea no se podía entrar, sólo ingresaban las personas que la barra quería”.
"Claramente la barra era un grupo de delicuentes", expresó Sergio Ripani, miembro de Socios e Hinchas Autoconvocados.
“La barra siempre se manejó con mecanismos de violencia y de censura hacia las voces disidentes. No podía manifestarse de ninguna manera en la cancha, el único espacio que había para expresarse –sintetizó Julieta Díaz, oposición desde el 2007-. Bajo ningún punto de vista se podía hacer algún
cántico alusivo a ningún
pensamiento diferente porque automáticamente venían a golpearte o a agredirte
de manera verbal”.
Después del 2004 fue mucha más intensa la relación de la barra con la dirigencia de Newell’s Old Boys. “Tenían negociados con el estadio cubierto. Se sabe que también manejaban los pases de algunos jugadores de divisiones inferiores. Era verdaderamente poco serio el manejo y realmente era un manejo mafioso el que se tenía a nivel institucional en todas las dependencias del club”, explicó Julieta Díaz.
“Fue una relación de las
más estrechas y de las más obscenamente públicas en lo que significaba la
relación entre un presidente de un club y el jefe de la barra”, reconfirmó el
Carlos del Frade. Con Pimpi Camino a cargo de los violentos se estableció uno
de los mecanismos de represión de los más organizados. “Consiguió a dos
secuaces, Lalo y Cohen como encargados de hablar con la policía por el reparto
de las entradas, mientras que Tato y Juan manejaban al resto del grupo de la
barra. La relación con López fue de confianza y hasta se había pactado una
remuneración para mantener a la gente tranquila sin quejas ni oposiciones a su
candidatura”, expresó el periodista.
"Los vínculos de negocios llegaron demasiado lejos", sintetizó Roberto Mensi, integrante de la argupación Socios e Hinchas Autoconvocados.
El 27 de febrero de
2008, el diario Clarín, a través de una nota firmada por el periodista Gustavo
Yarroch, denunciaba que la barra de Newell’s había agredido a un grupo de
hinchas opositores al presidente Eduardo López. En la década del ’70 las barras
no atentaban contra su propia hinchada. Los intereses en juego sobrepasaron los
límites del fanatismo. El de Newell’s se transformó sin dudas en el ejemplo más
paradigmático. El grupo liderado por Roberto “Pimpi” Camino construyó así una
identidad propia al impartir tanto respeto como miedo.
"La policía liberó zonas", argumentó Julieta Díaz, miembro de SeHA
Se demuestra una vez más que la construcción de los negocios mafiosos vienen de arriba, no de abajo. “Hoy en Rosario la hipótesis que se da es que la policía forma las barras bravas, por eso se habla de que al ‘Panadero’ Ochoa lo sostiene la policía y que al Pillín lo sostiene la policía”, relató Carlos del Frade.
Se demuestra una vez más que la construcción de los negocios mafiosos vienen de arriba, no de abajo. “Hoy en Rosario la hipótesis que se da es que la policía forma las barras bravas, por eso se habla de que al ‘Panadero’ Ochoa lo sostiene la policía y que al Pillín lo sostiene la policía”, relató Carlos del Frade.
En la ciudad de Rosario
se ve a los integrantes de las barras formando parte de negocios del
narcotráfico, de los desarmaderos de autos, del negocio delictivo propiamente
hablando. Los negocios de la cancha chica del fútbol demuestran cómo funcionan
los grandes negociados de la sociedad.
"No hay nada que te garantize más impunidad que un club de fútbol", remató Roberto Mensi.
“Mientras que las fuerzas políticas ni las judiciales se decidan a terminar con los vínculos que tienen con las barras bravas, la violencia en el fútbol difícilmente termine”, remató Roberto Mensi, partícipe del movimiento político actual de Newell’s Old Boys. Los asesinatos de la institución nunca tuvieron responsables condenados penalmente, siendo el asesinato de Gonzalo Ferrero en el banderazo de 2005 uno de los más brutales. Mientras tanto nadie fue juzgado al respecto. En el resto de las instituciones futbolísticas de la Argentina se describe una misma historia, donde el poder sindical y político evita que los violentos reciban los castigos necesarios y merecidos.
“Mientras que las fuerzas políticas ni las judiciales se decidan a terminar con los vínculos que tienen con las barras bravas, la violencia en el fútbol difícilmente termine”, remató Roberto Mensi, partícipe del movimiento político actual de Newell’s Old Boys. Los asesinatos de la institución nunca tuvieron responsables condenados penalmente, siendo el asesinato de Gonzalo Ferrero en el banderazo de 2005 uno de los más brutales. Mientras tanto nadie fue juzgado al respecto. En el resto de las instituciones futbolísticas de la Argentina se describe una misma historia, donde el poder sindical y político evita que los violentos reciban los castigos necesarios y merecidos.
Las complicidades se encubren recíprocamente. A los barrabravas no les cuesta acompañar a los equipos o progresar patrimonialmente. Son los socios menores de los grandes empresarios. Un círculo vicioso que día a día se cobra más víctimas, propagando además de las bajas físicas, la muerte del fútbol como espectáculo deportivo.
“Mientras volvíamos,
algo embarrados, con las rodillas raspadas y la pelota bajo el brazo, me
preguntaba, ¿dónde se podrá conseguir una buena trompeta? Después de todo, no
estaría nada mal que el nene sea el día de mañana un gran trompetista”. El
cuento de Néstor Sappietro no deja más que reflejar que el fútbol fue perdiendo
las características de deporte recreativo familiar, los lazos se vieron
desplazados y los chicos desde adentro de la cancha y los simpatizantes desde
afuera son los que pierden. El fútbol se transformó por los violentos y las
complicidades dirigenciales en un mero negocio de las partes.