domingo, 27 de mayo de 2012

Además de lo deportivo
ganó sociedad y cultura
El Club Social y Deportivo El Luchador pudo salir tras la crisis
gracias a la acción de los jóvenes y la música de Los Farolitos

 Por Pamela Roldán
 Un club es nada más ni nada menos que un lugar, una asociación y un espacio para llevar acabo actividades deportivas, culturales, políticas. Pero sin dudas lo más importante es su fin social, donde grandes y chicos puedan reunirse, encontrar, intercambiar y compartir momentos lúdicos a través del deporte y la actividad física. Decir la palabra club nos lleva directamente a pensar en el barrio, las raíces y los lazos que se unen. Nada de esto escapa al Club Social y Deportivo El Luchador.

Dicha institución se funda en el año 1932, con un grupo de hombres y mujeres que lo crean en base a la necesidad del barrio. Una de las principales cuestiones que había en esa época era la desalfabetización, ya que mucha gente no tenía la posibilidad de leer ni escribir. Fue un 1º de mayo, justamente, mientras que en el barrio había muchas menos casas, muchas menos opciones y la gente necesitaba un lugar de esparcimiento, de deporte y, también, de educación. Aquellas personas trabajaron para obtener lo que los vecinos disfrutan hoy en día. En un sótano del centro surgió la idea de crear un espacio para el barrio, y una de las principales iniciativas fue formar una biblioteca popular. Uno de los socios fundadores que apostó por tamaña iniciativa se
 llama Luis de Rosa, quien escribió un libro que se llama “Mi Club”, en el que cuenta toda la historia, los comienzos y cómo nació la necesidad de fundar El Luchador.
 Aunque a pesar del movimiento social de sus primeras épocas, durante los 90 la institución pasó por un periodo de inactividad. Sin embargo, el club salió a flote gracias a las acciones de una banda musical que nació  en el barrio a fines del 2001. En ese tiempo eran cinco músicos. Con el paso del tiempo se consolidaron y no se podían quedar sin un nombre que los identificara. Debido a lo difícil que se hacía todo en ese momento, decidieron prender una luz en esa amarga oscuridad. Fue entonces cuando sin discusiones pensaron en Farolitos, que hoy está integrada por seis músicos: Marcos Migoni en voz, David Guatelli y Martín Jáuregui en guitarras, Eduardo Dezorzi en bajo, Federico Beccacece en teclado y Ariel Cicaleni en batería. Una vez consolidada, la banda nunca dejó atrás su relación con el club.



“Somos de este barrio, somos del barrio La República, que no está reconocido por el municipio como tal, sino que está reconocido como Echersortu Este. Ciro Echesortu era un terrateniente de la época que iba por ahí cediendo algunas terrenos como para evadir impuestos y algunas cosas; entonces a nosotros no nos identifica. Para nosotros este barrio tiene que ver con la identidad y este barrio se llama La República, como se llama su plaza y la estación de trenes, que era lo que los movía”, cuenta Eduardo Dezorzi, bajista de Farolitos.
 Los abuelos de los miembros del grupo eran directivos de la institución en comisiones anteriores y después, en los años 90’, ellos comenzaron a tener participación en la vida política. “El club tenía una actividad que estaba buena, tenía actividades deportivas, culturales y una vida social que tenía que ver con el barrio en general. A medida que íbamos creciendo, eso se iba perdiendo, o sea no tenía que ver con la incompetencia de los que dirigían el club, sino que tenía que ver con un problema social que abarcaba esas épocas, que eran los años 90, en donde los espacios públicos y de participación sufrían un vaciamiento importante”, disparó Dezorzi.
 El Luchador no fue la excepción, el padrón de socios se redujo terriblemente, llegando a menos de cien socios. Como ellos eran chicos, tenían ganas de hacer muchas cosas, pero no tomaban dimensión y no entendían bien tampoco lo que pasaba. “Teníamos alguna participación, armábamos un programa de radio o un torneo de fútbol, o intentábamos hacer una subcomisión, cosas dentro del club. Por ahí no teníamos del todo el empuje, ni tampoco la química necesaria con los directivos de ese momento como para entendernos y construir algo en conjunto”, expresó. Además comentó que se daban cuenta que el club se venía abajo, por lo que querían hacer algo ya que desde ese momento sentían al club como propio. Corría 2001 y, entre la crisis del país y sus propias vivencias, los Farolitos organizaban radios, batucadas, subcomisiones. “Más que nada tiene que ver con la necesidad de contar lo que nos pasaba, somos de clase trabajadora, nuestra familia también y por ahí veíamos que en nuestras casas se la estaba pasando mal, que nuestros viejos se quedaron sin laburo o amigos y hermanos enrroscados en la falopa. Perdimos amigos que se suicidaron y situaciones así, que teníamos una necesidad fuerte de empezar a decir y denunciar lo que nos pasaba”, aseguró respecto a la necesidad de salir adelante mediante la música.

 Desde ese 2001, en su recorrido con la banda comenzaron a encontrarse con compañeros del barrio con los que ya se conocían, pero no se frecuentaban. “Es ahí donde empiezan a surgir muchas cosas, primero entender que ese era nuestro propio espacio y que teníamos que trabajar para que mejore y para que levante lo que era. Se formó una comisión seria que se llamó Juventud Luchadora y empezamos a hacernos cargo. En ese entonces le dábamos con un grupo de compañeros recuperando al club Federal, acá a la vuelta, que estuvo cerrado por 12 años y era un desastre. Se vendía falopa, los pibes se quedaron sin club y estaban en la plaza, en la calle o en las esquinas”, dijo Dezorzi.

 De alguna manera, empezó a surgir un movimiento barrial que tenía tres partes: El Luchador, El Federal y Farolitos. Los clubes ocupándose de la parte deportiva y la banda poniendo el granito de arena cultural. “Empezamos así, y al entender todas estas cuestiones empezamos a caminar, a andar con otros barrios, mucha gente, se hicieron otras redes y con organizaciones”, comentó con alegría.
Sin dudas fue un camino largo, que a lo que apuntan hoy en día es a la participación,  hay de todas las actividades deportivas y actividades culturales permanentemente.
 En la calle no hay pibes, la familia volvió a hacer uso de las instalaciones y de todas esas cuestiones se recuperó lo social. Además actualmente cuenta con varias subcomisiones; hay una de mujeres, otra de eventos, de deportes, de gimnasia y de danzas. Se practica fútbol de salón, tienen todas las categorías desde escuelita hasta primera y reserva, voley femenino, escuelita de voley femenino; gimnasia deportiva; taekwondo y también danzas y ritmos.
 El padrón de socios está arriba de los 500, y eso es lo que más se rescata, la vuelta de las familias y los vecinos a la actividad del club. Tampoco hay que dejar de lado a la incidencia y participación de los jóvenes, ya que sin dudas este club se ha sostenido por ellos.
 Se empezó a pensar en los clubes como lugares de distensión, algo que antes tampoco pasaba. Fue un proceso de concientización, que sirvió para que puedan ir aprendiendo acerca de todo y sin dudas se encontraron con que realmente sabían que tenían que romper con muchas cuestiones que estaban establecidas, pero que con el trabajo fueron surgiendo y cobraron su fruto.

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